Para qué leer en medio de la guerra |
Sabina Berman |
Cuando abrimos un libro, se afirma en este ensayo, dejamos que las palabras proporcionen sentido a la realidad anárquica; sólo así podemos comprender el mundo fracturado que nos ha tocado habitar
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¿Para qué leer en medio de la guerra? ¿Para qué leer a Aristóteles, a Miguel de Cervantes Saavedra, a Tolstoi, a José Vasconcelos, a Jaime Sabines, a Milan Kundera? ¿En medio de la guerra, para qué?
Que es lo mismo que preguntar: ¿para qué diablos hacer una feria del libro en medio de la guerra?
¿O para qué atender esta charla que inaugura esta feria de libros? ¿Para qué diablos escuchar las palabras de esta mamífera bípeda hablante? ¿Qué autoridad puede tener ella, es decir la de la voz, si no tiene un mísero cuerno de chivo en ristre, ni 16 guaruras, o 16 sicarios —que hoy día es equivalente?
¿Y para qué diablos me reúno con un ciento de otros mamíferos bípedos escuchantes en un salón? Un ciento de mamíferos bípedos sin armas —o eso espero—. Pobres almas desarmadas. Pobres ciudadanos sin otras armas que sus orejas y sus corazones y sus cerebros.
Sincerémonos: ¿para qué escuchar a una escritora desarmada preguntar ante esta congregación de inocentes la pregunta inevitable en esta cultura nuestra, la mexicana, asediada hoy, desde adentro, por las armas mortíferas?: ¿Para qué las palabras entre las balas?
(O la música o la escultura o la pintura o el cine: es decir ¿para qué la cultura, es decir el cultivo de la inteligencia y la belleza, es decir para qué esta amistad civil que acá nos reúne, es decir esta curiosidad por el prójimo y por las palabras del prójimo que acá nos reúne?)
¿Para qué ahora mismo que el ejército acecha a un capo del narco resguardado en su casa de lujo en Morelos y otro capo da por celular la orden a un escuadrón de sicarios de atajar el paso de la caravana de sicarios de otro capo en una carretera de Sinaloa y acá en Aguascalientes una familia llora porque ayer en el centro a plena luz del mediodía secuestraron a su padre y un auto ahora mismo en las afueras de esta ciudad se aproxima a un retén de soldados temiendo que no sean soldados sino secuestradores disfrazados de soldados o que sean soldados enervados que luego de catear su vehículo y dejarlo pasar le disparen desde atrás y el presidente esta noche, o mañana, nos anunciará otra vez por los televisores que estamos triunfando, que no seamos cobardes, que por qué, él no logra entenderlo, tenemos miedo?
Es decir, ¿qué puede el ABCDario contra las balas hoy en México donde ahora mismo las pistolas apuntan a cualquier rumbo y disparan a cualquier rumbo y matan a cualquiera sin un plan y sin un sueño de futuro?
Que nadie se equivoque. Esta guerra fue desde un principio la derrota de las palabras. Nadie puso en palabras la realidad compleja del país, nadie cifró la fuerza del supuesto enemigo del Estado, el narco, nadie imaginó en palabras el desenlace de esta guerra, cuatro palabras solas decidieron el disparo de la violencia, cuatro palabras de una simpleza abismal, “ellos son el mal”, o bien las mismas cuatro palabras leídas en un espejo: “nosotros somos el bien”, y nadie tuvo nunca una estrategia apalabrada para esta guerra, ninguno de los cuatro ejércitos en contienda iniciales, que ahora son siete, y que serán mañana nueve.
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Para esto, en primera instancia, las palabras: para apalabrar lo que sucede, sin ilusiones. Para saber que esto que vivimos se llama Anarquía.
Anarquía, que deriva del griego: a, sin; arjée, gobierno: sin gobierno.
Y en su segunda acepción significa: desorden, confusión o caos por ausencia, flaqueza o ineficacia de la autoridad.
Para eso sirven en primera instancia las palabras. Para atrapar lo grande en unas cuantas sílabas. Por ejemplo, para tener la palabra Anarquía en la mano como una brújula en medio del turbulento caos.
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Y en segunda instancia, para enlazar ese sentido a la sabiduría acumulada durante siglos por la especie humana en el lenguaje.
Quien sabe más palabras atrapa más mundo y tiene a su disposición más inteligencia acumulada por la especie en las palabras.
Parafraseando a Aristóteles sobre la Anarquía. (Parafraseándolo 23 siglos después de que él lo apalabró y asintiendo a cada frase.) La Democracia se desorganiza en la Anarquía cuando los varios que mandan en nombre de los muchos no encuentran cómo unir sus diversos poderes, puesto que no reconocen la Ley. La Ley, que es lo único que pudiera unirlos.
O como parafraseó hace escasos 100 años a Aristóteles un hombre bajito, bajito únicamente de estatura física, Francisco I. Madero: “Lo único que puede suplir al Dictador es la dictadura de la Ley”.
Para eso también sirven las palabras, como dije antes. Para atarnos en un parpadeo a la sabiduría acumulada de la especie.
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Otra vez parafraseando a Aristóteles:
“Cuando en un Estado cada uno de los partidos quiere el poder para sí solo, reina la Discordia”, que conduce a la Anarquía.
“Cuando en un Estado cada facción quiere las ventajas sólo para sí, y espía y pone trabas a su vecino, reina la Discordia”, que conduce a la Anarquía.
“Cuando cada sector se esfuerza en hacer que los otros observen la Ley, pero nadie quiere practicarla, la Ley pierde su imperio” y reina la Anarquía.
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Para eso pues sirven también las palabras, en tercera instancia. Para describir las causas y los efectos del presente con las palabras de la sabiduría acumulada del pasado. Y para, en cuarta instancia, imaginar cómo modificar las causas y los efectos que sostienen un estado de cosas y convertirlo en otro estado de cosas futuro.
Para hacer una maqueta simbólica del presente y reacomodar sus piezas en la imaginación de un futuro, sirven las palabras.
Por ejemplo, leamos a Aristóteles ahora hacia atrás. Reacomodemos y corrijamos sus palabras para que ahora conduzcan de la Anarquía a una Democracia ordenada por la Ley. Pongamos a prueba el lenguaje y veamos si algo escrito en la Grecia del siglo tres antes de Cristo nos habla así de fácil.
“Cuando en un Estado cada una de las facciones NO quiere el poder para sí sola, sino reconoce a las otras la legitimidad de su poder, reina la Concordia, que conduce a la vida civil ordenada y armoniosa”.
Qué maravilla las palabras. Ya está solucionada esta guerra. Por lo menos en nuestra mente.
“Cuando en un Estado ninguna facción quiere las ventajas sólo para sí, y facilita a su vecino su prosperidad, reina la Concordia, que conduce a una Democracia plena”.
Qué alegría. Ya sacamos al buey de la Patria de la barranca del caos. Por lo menos en nuestra mente.
“Cuando cada sector se esfuerza en observar la Ley, puesto que todos observan la Ley, la Ley gana su imperio y los ciudadanos se sienten complacidos porque sus intereses se cumplen sin mermar los intereses ajenos, y reina la Concordia”.
Qué felicidad. Exactamente lo que recetaba don Francisco I. Madero a México hace 100 años: “Lo único que puede suplir al Dictador [o a la Anarquía, añado yo] es la dictadura de la Ley”.
Lo escribió don Francisco en un librito de 100 hojas que movilizó al país entero para derrocar a un dictador e instalar la Democracia. Y si don Francisco al cabo de un año de intentar gobernar bajo el imperio de la Ley fue sacado de su automóvil por un generalote que le llamó “joto” y de inmediato lo llevó tomado por el codo al fondo de un campo baldío para ponerlo contra un muro, donde fue fusilado, no fue que se equivocó don Francisco. Se equivocó el generalote. Y el país entero.
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Más Aristóteles sobre la Concordia:
“Así la Concordia es una suerte de amistad civil”. Es decir, una actitud en cada ciudadano, benévola hacia el otro. “Y una disposición amable en cada ciudadano y cada facción para proteger y aumentar el bien común”.
No es casual que la palabra Concordia provenga de la palabra corazón. La Concordia es un estado del corazón. Un estado en que el corazón late tranquilo y se encuentra disponible a escuchar las razones y las necesidades ajenas. Un estado de convencimiento del corazón de que escuchar a los otros llevará a soluciones más amplias que las individuales, soluciones generosas donde todos quepamos.
La Concordia, otra vez esta es la voz de Aristóteles, “supone siempre corazones sanos. Corazones que están por lo pronto de acuerdo consigo mismos, y lo están recíprocamente entre sí, porque se ocupan de las misma cosa: el bien común”.
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Qué semejante la postura del ciudadano en la vida civil regida por la Concordia, según la narra Aristóteles, a la postura del individuo ante el arte.
Verídicamente un auditorio escuchando un concierto, está en Concordia, cada escucha atento hacia el origen de la música, donde todos los corazones coinciden. O un público ante una pantalla o un escenario: está en Concordia, se ríe de lo mismo, suspira al unísono, es un solo cuerpo y no podría existir en mayor armonía.
Y un solo individuo leyendo un libro nunca está solo. Está con tres.
Con el autor del libro, consigo mismo y con el lenguaje, esa creación de muchos, de generaciones y generaciones.
Entonces pues me corrijo: un individuo solo, leyendo un libro, está en íntimo contacto con una multitud: con el autor, consigo mismo, con la decena de personajes del libro y con las generaciones que han acuñado una por una las palabras que lee. En íntimo contacto: más íntimo que hacer el amor es leer. Donde los besos no alcanzan a tocar, tocan las palabras de un libro al lector.
Por lo tanto: cuando uno ve de lejos a una señorita leyendo un libro, no se acerque: la señorita está con una orgía entre las sienes. Y cuando un nonagenario lee en su silla de ruedas bajo el sol, está segregando los elíxires amorosos de un gentío.
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Por fin, para algo más sirve leer en medio de la Discordia. Y esta última razón abarca a las antes dichas.
Jorge Luis Borges, siendo director de una biblioteca de miles de tomos, aislado en esa torre de marfil forrada de libros, despreciado por el gobierno peronista, empezándose ya a quedar ciego, lo apalabró así: “¿Por qué tendría yo que estar al nivel de mi circunstancia [esta Buenos Aires fascista, acoto yo, esta ciudad de monigotes ridículos, demagogos y asesinos] si puedo abrir un libro y leer a Yeats?”.
Los jóvenes organizadores de esta feria de libros me invitaron acá a Aguascalientes para decirles a ustedes para qué leer hoy en México.
En resumen se los digo así: para estar por encima de la guerra sirve leer en medio de la guerra.
Cuando abrimos un libro, una bondad silenciosa e invisible, una luz honrada, se posa a nuestro lado y nos protege. Un ángel desciende para estar a nuestro lado, cuando abrimos un libro, en medio de la guerra.
Sabina Berman. Escritora. Su más reciente libro es La mujer que buceó dentro del corazón del mundo.
Texto leído en la inauguración de la Feria del Libro
de Aguascalientes el 20 de septiembre del año 2010.
Hay tantos motivos...y todos válidos y todos necesarios, como necesario es salir de esa guerra, ponerle fin, sufrirla, tolerarla, resistir con fuerzas y no estar a la altura de las circunstancias, como dijo Borges.
ResponderEliminarVoy a tratar de conseguir el libro, porque me resultó interesantísimo leerlo.
Gracias por tu post. Un abrazo
Marga: me ha gustado mucho este texto lleno de luz y esperanza.Un saludo.
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